Hola chicos, hoy os quiero contar el último cuento del curso.
Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un grupo de niños y
niñas que vinieron de la clase de los delfines y llegaron a la de los pingüinos
con un poquito de preocupación y muchas ganas de aprender cosas nuevas.
Los primeros días había nervios, dudas, miedos,…
Su nueva profesora, como todos los años, preparó una lista
con todas las cosas que les iba a enseñar: letras, números, canciones del
otoño, planetas, poesías y adivinanzas, doblar y pegar manualidades, … puf! Era
una lista muy muy larga.
Pero también era una lista un poco aburrida, ya que todos
los años enseñaba lo mismo.
Así que pensó, y observó, y volvió a pensar.
Vio que algunos niños eran muy tímidos y nunca daban su
opinión ni decían cómo se sentían.
Y vio que otros enrojecían y se enfadaban cuando las cosas
les salían mal.
Y también vio a otros que no tenían en cuenta a los demás en
sus juegos y decisiones.
Y pensó que su clase debía ser un sitio seguro para todos
ellos:
Un refugio en el que unos escucharan y respetaran a los
otros.
Un lugar en el que se pudieran equivocar hasta mil veces
porque… “no pasa nada, para eso están las gomas de borrar”.
Un rincón en el que trabajar en equipo fuese más importante
que las sumas y la caligrafía.
Todos se pusieron a trabajar, y el curso fue pasando, a
veces demasiado deprisa, y los niños fueron creciendo y comprobando lo
importante que es tener amigos que te quieren a tu lado.
Se han divertido y también han aprendido mucho: con las
conferencias, los murales, el rincón de la calma con su aroma a lavanda, las
excursiones y las fiestas, los dictados mudos, la recogida de tapones, las
tardes de literatura, el libro viajero, el periódico del polo norte, el incienso de la siesta,…
Pero sobre todo, estoy segura de que han aprendido que la
clase es un lugar alegre y cálido, en donde pueden expresar lo que sienten y
deben ser respetados; en donde pueden equivocarse y a la vez aprender de sus
errores; en donde pueden cuidar unos de otros y disfrutar trabajando en equipo.
Yo también me he divertido y he aprendido mucho a vuestro
lado. Y quiero que nunca olvidéis que sois una maravilla, que cada uno de vosotros es único, que nunca ha
habido ni habrá un niño igual que vosotros, y que tenéis la capacidad de ser
cualquier cosa que os propongáis.
Os deseo un verano lleno de chapuzones y helados de fresa y
chocolate. Adiós mis pingüinos!